Como se hace para motivar a un equipo que viene
con gran presión deportiva los últimos 20 días, en los cuales sorteó con éxito
dos escollos dificilísimos que lo dejaron tercero, con grandes expectativas?
Ya no quedan demasiadas palabras, porque
entramos en esa zona en la que es todo o nada. Y por eso tenemos que pensar que
hoy por hoy, todavía es nada.
Los dos últimos partidos nos pusieron donde
estamos y nos dieron un poquito de aire, pero no por eso nos podemos relajar. Los
rivales en la lucha tienen partidos complicadísimos pero nosotros somos Rejunte
y tenemos que hacer la nuestra, aunque sea imposible a esta altura no mirar la
tabla y el fixture sin sacar cuentas.
El otro día les hablé de la unión del grupo como
base para llegar donde llegamos. No voy a volver sobre eso, primero porque ya
lo sabemos, y segundo porque tampoco somos una manga de putos sensibles, salvo horrorosas
excepciones.
Hoy les voy a contar una historia que me pasó a
mí y me dejó marcado para siempre.
Año 1992. Hacía dos años jugaba al
baby en el Club Castelar, Categoría B de la Liga Argentina, la más importante
de la época (Club Parque, Glorias Argentinas, Club Palermo, Estrella, etc). El primer
año, de adaptación, el equipo terminó anteúltimo en la primera rueda, y en la
segunda, más consolidado, terminó segundo redondeando una campaña aceptable.
Ya el siguiente año, último para la categoría
79 en esa liga, algunos refuerzos más el conocimiento dentro de la cancha nos
llevaron a estar en la pelea durante todo el torneo. Ganamos partidos increíbles
en el último minuto, y hasta me di el gusto de definir un partido contra el
otro puntero cuando restaban cinco o seis fechas (en esa época hacía goles).
Así, llegamos al último partido con
dos puntos de ventaja sobre nuestro perseguidor y teníamos que ir a jugar a Tapiales,
contra Esparta, un equipo de mitad de tabla.
Para los que jugaron de niños al
baby, sabrán que la categoría mayor es la más mimada, todos te conocen y se
arma una mini familia. Sos casi adolescente y si encima vas puntero, te comés
el mundo.
Entonces, todo era una fiesta. El
empate nos coronaba campeones (el triunfo otorgaba dos puntos nada más), y como
campeones nos recibieron. Era nuestra despedida del Club, por lo que fuimos con
una mezcla de ansiedad y emoción en micro, y cuando llegamos al club nos
esperaba un pasacalles en el hall de entrada que decía “Categoría 79 Club Castelar.
Felicitaciones y suerte!!”. Con esa imagen nos metimos al vestuario, mientras
los gritos y los bombos aturdían los oídos.
Salimos a la cancha, y por primera
vez en mi vida vi el pasillito humano hoy tan de moda, porque los rivales nos
hicieron un flanco, nos saludaron uno por uno y nos regalaron una hermosa
medalla bajo una lluvia de papelitos.
Evidentemente perdimos la
concentración, porque a los quince minutos perdíamos 2-0. De nada sirvió el
descuento de Pato en el ST, porque nos fuimos con las manos vacías y el triunfo
de nuestro perseguidor nos obligó a un desempate en la semana, en cancha de
Bernardino Rivadavia. Es más que obvio que nos bailaron, perdimos 3-0 y la
medalla me la metí en el orto, para nunca más verla.
Para que cuento esto? Para que
sepamos que todo el esfuerzo del año se puede ir en 80 minutos. Pero está en
nosotros no permitir que eso pase. Ganar dos finales como las que ganamos, y de
la manera que lo hicimos, puede marear a cualquiera.
Saber que los que pelean con nosotros
se van a sacar puntos entre ellos te ilusiona, pero no puede hacer que dejemos
de ver el objetivo, que esta vez se llama Delphi.
Para ellos es casi la última
oportunidad de prenderse por el ascenso, así que van a salir a matar o morir. Nosotros,
por nuestro lado, si les ganamos conseguiremos que ya no puedan alcanzarnos.
No pensemos más en que si ganamos
pasa esto o lo otro, sé que es difícil para los que tienen tanta pasión metida
en esto, pero hagan el intento. Dejen pasar las horas, relájense en familia y
cuando quieran acordar van a estar acostándose.
Cuando sos más chico jugás a veces tres
torneos por semana con distintos equipos, más el torneo de padel o de vóley, más
la juntada con los pibes, más la minita que te tiene loco y ocupa tu cabeza, y
ese es tu universo.
Pasan los años y ya no hay tantos
torneos, los amigos se cuentan con los dedos de la mano y la vida te demostró
que no valía la pena sufrir por amor. Y te quedan pocas cosas deportivas que te
den ese hormigueo hermoso previo a las finales.
Entonces, disfruten este momento,
pero háganlo como mejor sabe Rejunte. A cara de perro, con los dientes apretados,
ordenados, con sed de victoria, sin displicencia (salvo que metan un caño como
el mío), con concentración, pensando que si un tipo rival tiene la pelota, dos
rejunteros tienen que comerle el hígado. Porque si la tenemos nosotros, ellos
no la tienen. Y si no la tienen no nos hacen goles.
Hay que ser dueños del partido. No
sé como juega el rival esta vez, sólo que tienen un par de muy buenos
jugadores. No se si nos dejarán jugar, si podremos tocar, si tendremos jogo
bonito o Blas Giunta. Mañana lo veremos.
Salgamos con todo, a ganar, a dejar
la vida si es necesario, sin excesos de vehemencia, con la cabeza fría y el
corazón hirviendo. Es una final, pero no vamos ascender mañana ni vamos a
quedar afuera de la pelea, cualesquiera sean los resultados. Juguemos y no nos
desesperemos por ganar, eso va a llegar por decantación si hacemos las cosas
ordenados.
Quiero quedarme a festejar el
triunfo mañana, y para eso los necesito a todos metidos, nuevamente visualicen
la victoria, visualicen los goles, pero también visualicen ese quite, esa
corrida, esa pelota a Cantilo o a Cancha 6 pateada con bronca o haciendo
tiempo, esos agarrones en el área contraria y esas puteadas inaudibles para que
nos rajen.
Visualicen jugar a lo Rejunte y demuestren que por algo estamos donde estamos, y que por algo llevan esa camiseta.
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